miércoles, 24 de febrero de 2016

Villa Nobiltá


   Tenemos una norma cuando hacemos urbex en el extranjero, a parte de las ya consabidas y es que "el día que sale el avión no se entra en ningún abandono". Mas que norma es algo de sentido común ya que si alguno se accidenta o nos detienen por cazarnos dentro de algún lugar podemos perder el vuelo con todos los problemas que eso conlleva para una persona o todo el grupo. Realmente nuestro avión no sale hoy, pero si el del amigo Sevilla que tiene que volver antes a España y es el quien nos anima a probar suerte con este lugar que teníamos marcado como visita obligatoria.


   Se trata de una gran mansión cuya planta tiene forma de L. Una de sus fachadas esta totalmente ruinosa, apuntalada e incluso con partes rodeadas de cintas tipo eslinga que evitan que los muros se abran en caso de terremoto. La otra fachada tiene mejor aspecto incluso una parte de esta parece prácticamente nueva. ¿Como? Lo descubrimos al instante al escuchar dentro gente trabajando. Estamos apunto de anotar el lugar en la lista de lugares que no hemos podido ver, pero damos un rodeo buscando la entrada del jardín, donde efectivamente hay albañiles y jardineros. Se acabó.


   Pero antes de tirar la toalla, pensamos en preguntar por el dueño y tal vez obtener su permiso. Nada mas lejos, allí no esta y los trabajadores se sienten incómodos ante unos extranjeros que hacen preguntas y quieren hacer fotos dentro del lugar y acaban pidiendo que nos vayamos. Eso si, la ronda de preguntas nos ha revelado dos cosas: Que están trabajando solamente en el jardín interior y en un ala de la vivienda y que ademas no conocen detalles del interior y probablemente no puedan acceder a todo el edificio.
   A pesar de las deducciones el sentido común me sigue diciendo que mejor pasar del tema, justo dando otra batida por la parte trasera y justo cuando Mario descubre que hay una ventana sin cerrar.
   -Yo paso. Es mi respuesta.


   Sevilla y Mario se la juegan, de hecho ya están trepando por la ventana. Chenko y yo nos quedamos bajo unos arboles a esperar. Nos llega un mensaje al teléfono diciéndonos que el lugar vale mucho la pena y que con andar con cuidado los trabajadores no nos verán.
   -¿Te vas a quedar con las ganas después de montar todo este viaje? Es la frase de Chenko.
 Suficiente, vamos para dentro. Vigilando no ser vistos y con alguna dificultad terminamos entrando.



   Lo primero que nos encontramos es una gran dormitorio del cual lo que mas llama la atención es un piano, un altísimo techo pintado con frescos y un pequeño tocador polvoriento entre otras cosas. Nuestros compañeros vienen a nuestro encuentro recordándonos no hacer ruido y sobre todo evitar acercarse a las ventanas ya que nos verían. Recuerdo pocas incursiones con tanta tensión y se que si todo sale bien al final son las mejores. Ahora toca explorar.



   Tras dedicarle un tiempo al primer dormitorio damos con la cocina, su mobiliario y sobre todo los fogones y la nevera bien merecen unas fotos. La incomodidad se hace patente mientras que oímos a los obreros en el jardín, a escasos cuatro metros de donde estamos y afinamos incluso mas el tema del sigilo.





   Tras la cocina un despacho sin apenas muebles, tan solo un escritorio y después un gigantesco y maltrecho salón, en el cual se había desprendido un pedazo del techo y el suelo estaba lleno de escombro. Aquí por suerte no hay ventanas y podemos relajarnos viendo cada detalle. Sobre todo llamaban la atención los cuadros, de los que tan solo uno de ellos pudimos averiguar que se trataba de un político del siglo XIX.


   Encontramos otro despacho, este con mas detalle en cuanto a decoración y mobiliario y como pudimos ver debió ser el espacio en que alguien de la familia se dedicaba a la pintura. En cuanto a las personas que vivían aquí según indagamos al día siguiente venían de una familia noble del siglo XVI. La historia de de dos familias de la nobleza veneciana que se unen casando a sus hijos y creando una pequeña saga de cierto renombre, es el resumen de lo que encontramos en Internet a cerca de los primeros dueños de la mansión.







   Subiendo al piso de arriba encontramos mas habitaciones, mas modestas pero amplias comunicadas por un oscuro pasillo por el cual desde uno de sus extremos se accedía al ala en ruinas de la mansión y desde el fondo se llegaba a una puerta cerrada tras la cual se podía oír a los albañiles trabajando.










   Ya llevamos un buen rato dentro y por fin podemos relajarnos ya que los trabajadores parece que se marchan a comer. Con esta nueva tranquilidad bajamos al sótano y encontramos una pequeña bodega y algunos detalles curiosos. Mis favoritos sin duda una vieja bicicleta consumida por el oxido y un carruaje de paseo de la familia aparcado en una amplia sala, desde la cual una verja comunica con el jardín donde trabajaban los operarios hasta hace un momento.







   Recorremos la casa de nuevo cotejando cada objeto que de pistas sobre la vida en esta villa, libros, objetos personales e incluso algún álbum de fotos. Las campanas de la iglesia del pueblo nos avisan de que son las doce, hora limite que nos habíamos puesto ya que aun nos quedan doscientos kilómetros para llegar al aeropuerto. Aun así nos queda tiempo para comer con nuestro compañero y despedirnos de el. Nos veremos en España o en el siguiente viaje...


   Con buen sabor de boca, dejamos de lado los abandonos italianos, y aunque todavía Mario, Chenko y un servidor nos quedaremos dos días mas y tengamos una treintena de localizaciones, nos quedaremos en la ciudad de Bergamo, descansando, haciendo un poco de turismo, probando la gastronomía y los cafés de Italia e incluso haciendo geocaching por la zona. Eso fue mas o menos todo, y con ganas de repetir ahora toca ahorrar y pensar en un nuevo destino para la siguiente. Un placer amigos.